Galletas de aceite de Inca (Quelitas)


Esta semana he descubierto que en Luxemburgo, en diciembre, hace un frío que pela. Esto, que supongo que para los luxemburgueses (si es que queda alguno nativo, y perdonad la gracia fácil) no tiene nada de particular, ha sido una sorpresa para mí. Supongo que mi propia visión del mundo, condicionada  ahora por el tiempo horroroso que hace siempre en Irlanda, me hacía esperar -ahora sé que sin ningún motivo, la verdad- que el tiempo en la Europa continental fuera siempre más suave, más amable, más civilizado. Ya que somos el primer parapeto de las furias Atlánticas, al parecer en mi cabeza se estaba empezando a formar una imagen mental del continente como un territorio domesticado y menos hostil, al menos meteorológicamente hablando.

-  Oooops! Acabo de leer lo que he escrito y me he dado cuenta de que no me falta nada para empezar a pensar que en España hace calor todo el año, como les pasa a los locales. Va a ser que ya llevo mucho tiempo fuera-





Pues sí, ha sido mi primera vez en Luxemburgo. Y no puedo decir absolutamente nada mas allá del frio, y de lo caro que es este pequeño reducto que parece creado para atraer a todos los genios (¡!) de las finanzas de mundo y salir de vez en cuando en el Hola. No suelo viajar demasiado por trabajo. De hecho, intento viajar lo menos posible. Cuando tienes familia y te gusta tu vida, los viajes de trabajo son un rollo insoportable. Desaparecer de casa 3 días es un lío para mí. Pero cuando además, sabes de antemano que el viaje no sirve para nada más que para callar a una jefa cuyo único merito es manejar un presupuesto mucho más ambicioso que sus ideas (y no tenéis idea de lo amable que resulta esta descripción del espantajo de tipa que me ha tocado en suerte), se convierte en un ejercicio muy frustrante. PEROOO supongo que no hay jefe bueno, y eso es otra razón a favor de trabajar por cuenta propia. Uno de estos días…..





En fin, este diciembre las cosas se han complicado mucho y he estado seis días fuera de casa en dos semanas consecutivas. Sí, ya sé que todas tenemos vidas complicadas y demás, pero dejadme que os cuente que en parte por estos bonitos viajes de trabajo llevo dos semanas de desencuentro doméstico.
Yo pensaba que España era el único país en el que los repartidores de electrodomésticos –y proveedores de cualquier cosa para entregar a domicilio- seguían viviendo en los años 50.  Para mi sorpresa, el mundo está lleno de empresas que siguen pensando que siempre hay alguien en casa, a todas horas, a cualquier hora.  O igual es que si uno no tiene un ama de casa a su disposición, uno tiene que tener obligatoriamente un abuelo, o estar en el paro, o trabajar desde casa. Lo que sea para que ellos sigan pudiendo repartir solo en horario de oficina, solo de lunes a viernes.
En fin, esta pataleta viene a que acabo de comprarme un congelador vertical, y si después de que la empresa de reparto me haya contactado por media Europa en las últimas dos semanas, consigo que me lo traigan a casa, a partir de la semana que viene espero que mi vida doméstica mejore significativamente.  -Sí, ser una diosa doméstica y escribir “significativamente” mola mil-.

No, en serio, tengo tantas esperanzas puestas en este congelador que me va a decepcionar seguro. No espero meterme dentro y ponerme a leer el Luxemburgo news para sentir que recuerdo el frío helador de este último viaje estúpido, pero confío en que mi vida de mami de familia va a mejorar la tira.
Las mammas italianas son las que llevan la fama, pero eso va a ser porque se conoce poco a las mamis de mi familia. En el tiempo que llevo aquí cada vez he dedicado menos tiempo al blog, pero creo que nunca había cocinado tanto en mi vida.
Ahora vivimos en una casa que esta genial. Tiene una cocina enorme, muchísimo espacio, muchas ventajas sobre la minúscula cocina en la que me apañaba en Palma, pero nada más llegar me di cuenta de que el frigo-congelador que había en la casa no me iba a ayudar mucho. Me faltaba congelador por todas partes.
Algo de lo que tarde más tiempo en darme cuenta fue, sin embargo, que ahora TENGO que cocinar, cocinar muy en serio, para mi familia. Sí, os parecerá una estupidez, pero no me había acabado de dar cuenta de que en España cocinaba de postal. O sea, que sí, que hacía compra y cocinaba todos los días y no compraba precocinados ni cosa parecida. Pero también es cierto que las niñas comían en el cole y mi marido y yo en el trabajo. Lo que hacíamos en casa era cenar. Y una cena española es algo ligero, sencillo, rápido. Así que el fin de semana lo de cocinar para el blog lo cogía con gusto. Aquí también comemos todos en el trabajo, eso no ha cambiado. Pero la comida aquí es un bocado ligero sin apenas parar unos 15 o 20 minutos para seguir trabajando o volver a clase. Aun sonrío al pensar en el tiempo que me llevó acostumbrarme a tener citas en mi agenda a las 2 de la tarde al llegar aquí. Así que las cenas son lo que sería una comida en condiciones en España. Y entonces me sale la mamma italiana que llevo dentro, y me siento en la obligación de hacer comida de verdad, cada día, todos los días. Supongo que cocinar comida de verdad para mi familia cada noche intentado que nuestra alimentación sea equilibrada, y que el momento de la cena sea agradable para todos, porque es el único rato en el que todos podemos estar juntos durante el día es una forma de cuidar, de querer. Pero os aseguro que hay veces que una siente que el amor está a punto de acabarse y que esta idílica explicación pierde mucho encanto cuando cada día tienes que enfrentarte a otra larga jornada en casa después del trabajo.


 Cuando empezaba a pensar que iba a tener que empezar a comprar comida preparada para no sucumbir a los peores días, decidí darle otra oportunidad a mi ramalazo de mamma. Como no puedo volverme italiana ni queriendo, he decidido comprar un congelador. Ya que tengo espacio, voy a intentar aprovecharlo. De paso, espero volver a usar la heladera, que no he usado desde que me mudé, porque si la uso no me cabe nada más en el congelador, y tengo la esperanza de que mi vida doméstica mejore. Por lo menos, que mejore algo. No es que piense que no voy a cocinar jamás de los jamases entre semana. Pero hay cantidad de cosas que  espero dejar hechas para varias veces y congelar en porciones, para no tener que perder tanto tiempo cada día, todos los días.
Pero bueno, ese capítulo os lo tendré que contar si consigo que me entreguen el freezer en casa. Como os digo, la logística está siendo más complicada de lo que esperaba a primera vista. Cuando lo tenga a mano ya os cuento. 

Mientras, os dejo con estas galletas que son una de las cosas menos apreciadas de la gastronomía mallorquina de la forma mas injusta. Son galletas de aceite y a íi me conquistaron a la semana de llegar a Palma. Empecé a comerlas como un aperitivo, pero no son galletas saladas. Esa es parte de su gracia. Son como un trocito de pan que no se pone duro, que no se pasa, que aguanta de maravilla y que va bien con todo. Mis hijas han comido en cantidades industriales, porque cuando eran pequeñas me bastanba con poner unas cuantas en un taper para matar el gusanillo entre horas con cualquier cosa. Yo estaba convencida de que no iban a salir bien en casa. Y no os imagináis cómo me alegro de haberme equivocado. Para los que las tenéis a mano, comprad las quelitas y disfrutadlas. Para todos los demás, tenéis que probar estas galletas y repetiréis, seguro.


Galletas de aceite de Inca (quelitas)

Ingredientes

100 gramos de agua templada 
90 gramos de aceite de oliva virgen extra
10 gramos de levadura fresca
275 gramos de harina
5 gramos de sal.  

Preparación

Poner la harina junto con la sal en un cuenco. Disolver la levadura en agua templada. Formar un volcán en el centro y añadir el aceite y el agua con la levadura. Mezclar bien y amasar ligeramente. Extender la masa con un rodillo hasta conseguir un grosor de medio centímetro aproximadamente.
Cortar las galletas con un cortapastas redondo y pequeño. Yo he usado unos vasos de chupito para esto. Poner las galletas sobre una bandeja de horno forrada con papel o con una hoja de silicona. Pinchar cada galleta en el centro con un tenedor para marcar los agujeros en el centro. Dejar reposar las galletas media hora. 
Precalentar el horno a 180 (con aire - 200 grados sin aire) y hornear unos 15 minutos o hasta que esten ligeramente doradas. Dejar enfriar en una rejilla. 

Nota: 
Con esta receta el resultado es superparecido a las originales. En alguna parte leí que no debes reusar los recortes de masa más de dos veces. Como ésta era mi primera prueba, yo los reutilicé hasta quedarme sin masa, pero separé las primeras dos tandas de galletas del resto para ver si había diferencia, o eran cuentos de abuela. 
Pues si son cuentos de abuela, las abuelas saben lo que se dicen. Las galletas quedan mucho peor, porque la masa queda como en capas, como si se desmigara al morderla. Así que no te recomiendo que te pases aprovechando hasta el final la masa de esta receta. 


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2 comentarios

  1. Las quelitas demuestran que la sobrasada y la ensaïmada están sobrevaloradas :P

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  2. Quelitas!! Un amigo mallorquín me regaló un paquete hace tiempo y quedé enganchada, tengo que hacer tu receta pero segurísimo :))).
    Ay, en Murcia sí que hace calor todo el año xD: Qué estafa de Navidad, con 20º de media de temperatura máxima y solazo todos los días. Te mando un poco de sol y calor!
    Tiene que ser muy difícil compaginar el trabajo con la familia sobre todo cuando los horarios se expanden, hay viajes de por medio y jefes y jefas pesados que sólo empeoran todo. Y más si se intenta comer variado, rico y saludable con comidas caseras todos los días, así que te admiro mucho por todo lo que haces. Ojalá ese congelador llegue y te facilite las cosas, mi familia suiza siempre ha tenido un congelador enorme en la despensa (en el refugio antinuclear que tienen todas las casas y sirve de despensa, realmente), y es verdad que hace las cosas más fáciles.

    Un abrazo

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