Galletas de puro chocolate


El año pasado empecé a correr. Con nula convicción, por pura necesidad. Necesitaba moverme, porque mi cuerpo y mi cabeza me lo pedían a gritos. No podía permitirme ir al gimnasio, que es lo que he hecho muy a gusto en otras épocas de mi vida, porque no había forma de casarlo en mi día a día (y no, no son excusas, yo sé bien de qué hablo), así que, aunque correr es algo que siempre he odiado, en ese momento era lo único que tenía a mano. 

Durante unas semanas fui mejorando mi fondo (bueno, básicamente fui creándolo, porque no lo había tenido nunca), volviendo a casa sin aliento, congestionada como un tomate a punto de explotar, soportando los comentarios irónicos de mi santo, que para estas cosas tiene una retranca digna de mejor causa, y la cara de incredulidad de mis hijas, que no creían que mi cara –ni la de ningún ser humano digno de tal nombre- pudiera llegar a ponerse de ese color. 
Pero poco a poco la retranca empezó a dejar entrever una malsana envidia por mi aguante y mi fuerza de voluntad, y el tomate a punto de explotar pasó a ser gradualmente solo una cara de esfuerzo. No corrí grandes distancias, ni grandes velocidades, pero empecé a coger ritmo. 

En medio de todo esto me pilló la mudanza, el cambio de casa, de horarios, de trabajo, de país,  de entorno, y correr quedó de nuevo relegado a la última de mis prioridades. Perdí el poco tono que había adquirido, perdí el hábito, perdí las ganas. 
Ha sido un año muy intenso, pero parece que las cosas vuelven a encontrar su rutina. En cada mudanza me ha pasado lo mismo. Uno empieza a sentir que va arraigando cuando los vecinos, o el de la tienda de la esquina, o el segurata con el que te cruzas a la misma hora cada mañana, te saluda, o al menos te pone cara de reconocerte. Pero para mí lo que no falla, lo que no ha fallado en ninguno de mis cambios a la hora de tener esa sensación de haber cerrado el ciclo es empezar a ver como se repiten las cosas, un año después.  Aquí en Belfast, la vuelta al cole, la presencia prematura de catálogos de Navidad en septiembre, (antes incluso que Halloween), me hacen tener esa sensación de que este año el transcurso del tiempo vendrá marcado por festivales, decoraciones y pequeños gestos que ya no serán nuevos, que ya hemos vivido y que serán parte de nuestro día a día. 
Cuando desaparece la novedad uno ya puede decir que está instalado, así que hace unos meses, cuando ya tenía esa sensación de haber estado aquí el tiempo suficiente, decidí que tenía que volver a correr. 


Los motivos eran los mismos, porque aunque algo más instalada, el tiempo sigue  jugando en mi contra, como siempre. Así que antes del verano decidí volver a correr. Un día cualquiera empecé y poco a poco me puse en forma. Incluso me llevé las zapatillas a mis vacaciones, y –lo que es más importante: no solo me las llevé, sino que incluso las usé!-, y así, corriendo día si, día no, aumentando poco a poco el tiempo porque de momento solo quería mejorar mi fondo y hacer algo de ejercicio aeróbico, llegué a correr 30 minutos del tirón. Y claro, me vine arriba, y no solo llegué una vez, sino también la siguiente, y la siguiente, y la siguiente. Y de pronto, en la última semana lo había hecho 4 veces, y la sensación de logro, de ir corriendo cada vez más rápido, más cómoda, de tener ganas de salir a correr y ver qué sensaciones tienes, me tenía totalmente enganchada. Pero para bien o para mal, creo que o mis treinta y todos, o mi exceso de emoción, o mi nula técnica se han aliado en mi contra y ahora mismo mi rodilla me tiene atada a la silla. 
Bueno, igual tengo que echarle menos literatura y pensar solo en que ha sido una sobrecarga por la emoción y la imprudencia, y que tengo que cuidar mis huesitos, que ya no estan para estos sobreentrenos. 
Así que estoy frustrada. Estoy construyendo una teoría que seguro que ya existe, pero que no tengo ganas de comprobar, -va a ser que llevo tanto tiempo online que la arrogancia sabelotodo que te quitan los años te la devuelve estar todo el rato colgada de Internet-, sobre el hecho de que las personas perfeccionistas y con un alto nivel de autoexigencia, en realidad solo somos personalidades obsesivas que aprendemos a canalizar nuestra conducta de un modo productivo. Así que decidnos que algo no se puede hacer, proponednos algo que solo dependa de nosotros, y estaremos encantados de probar que os equivocáis. En realidad, no soy cabezona, solo persistente, en realidad no soy obsesiva, solo constante. Esto es como escribir un curriculum (todo, siempre en positivo, como cuando te aprendías esa frase chorra para las entrevistas de trabajo de que tu peor defecto era tu perfeccionismo –juas, juas-). Así que aprendí a cocinar yo sola, a base de ponerme a ello, aprendí a usar la cámara, igual, y ahora estaba convirtiéndome en runner hasta que mi rodilla izquierda me empezó a hacer la puñeta sin ninguna consideración. 

Y esto puede ser el fin de mi incipiente carrera deportiva. 

No os imagináis el trauma que tengo ahora mismo. 


Porque, de verdad, estaba muy enganchada. 

Yo es que tengo otra teoría (hoy las traigo a pares) y es que ahora vamos a cambiar la lógica de los récords. Perdonad bonitos, pero eso de ser el más joven en hacer algo se va a acabar. Y no os lo digo porque a mí ya haga mucho que se me pasaron los años de ser la más joven en hacer cosas (que un poco también, porque si no, no te da por pensar estas cosas, la verdad). Simplemente, ya no hay mercado, dentro de nada no va haber recorrido para hacer cosas más jóvenes todavía. Pero para lo que hay un mercado en aumento es para los récords por arriba.
En un mundo en el que todos lo hacemos todo cuanto antes y en el que ya no nos impresiona nada,  lo que realmente será excepcional es hacer algo por primera vez a edades cada vez mayores. Correr una maratón con 14 años es un logro, (bueno, y a cualquier edad), pero correrla por primera vez, pongamos por caso, a los 70, lo es todavía más. Aprender un idioma tiene mérito. Pero hacerlo una vez que te jubilas y viajar para practicarlo, lo tiene todavía más.
En fin, igual el abrupto final al que se ha visto conducida por el momento mi carrera deportiva de aficionada senior me ha hecho pensar en que, después de que te han contado que a cierta edad las cosas ya no cambian, igual eso no es tan cierto, y una puede decidir que una leche, y que estar vivo es probar, y hacer cosas, sobre todo cuando te han dicho que no eres capaz de hacerlas, tengas la edad que tengas, cuando se trata de ponerte a prueba a tí mismo y dejarte de chorradas y ver de qué estás hecho. Y no, con esto no me refiero a lo de cambiar a tu santa por  una Barbie, ni a comprarte una moto que no sabes conducir (tuve un jefe en una empresa superguay que se la compró antes de tener el carnet y tuvo que devolverla porque su pasta no le pagó lo que su falta de habilidad no había conseguido ganarle). Me refiero a hacer. A ser. A estar vivo. 
Igual uno de estos días si la rodilla no mejora retomo mi carrera literaria. O abro un canal de youtube. O me decido a hacer un doctorado en ciencias. O aprendo música, o encuentro por fin una idea de negocio.
Estáis avisadas: Las lesiones no son buenas. Pero lesionarte porque lo has intentado sigue siendo el más saludable de los ejercicios. Así que dejad a los cínicos diciendo que sois demasiado mayores, demasiado ridículas para muchas cosas, y no os creáis que cuando uno se hace adulto ya no cambia, que un perro viejo no puede aprender trucos nuevos. Yo cualquier día de estos empiezo a ladrar. 
Bueno, con todas estas tremendas preocupaciones que me asaltan desde que estoy lesionada, era inevitable volver a caer en la tentación. Y la tentación para mí tiene una forma casi en exclusiva: chocolate. Negro. Amargo. Intenso.
Estas galletas son un chute de chocolate cuando más lo necesitas. Son fáciles, son rápidas, y son, simplemente, perfectas. Así que estés o no estés lesionada, cuando necesites un poco de buen chocolate, aquí tienes unas galletas que te subirán la moral, seguro.


 Galletas de puro chocolate

100 gramos de harina de repostería, y algo más para la superficie de trabajo
125 gramos de cacao en polvo
1 pizca de sal
1/8 cucharadita de canela
80 gramos de mantequilla
170 gramos de azúcar glas
1 huevo pequeño
½ cucharadita de extracto de vainilla

Tamiza la harina, el cacao, la sal y la canela en un bol. Pon la mantequilla a temperatura ambiente en otro bol con el azúcar glas y mézclalo con la batidora de varillas durante aproximadamente 3 minutos hasta tener una mezcla pálida y bien aireada. Añade el huevo y la vainilla y mezcla de nuevo. Añade gradualmente la mezcla de harina, cacao, sal y canela del otro bol hasta tener una masa. Envuélvela en plástico de cocina y lleva al frigorífico al menos una hora.
Precalienta el horno a 180 grados, y prepara una bandeja con una hoja de silicona o papel para horno. Haz bolitas con la masa  del tamaño de una cucharadita. Yo me pongo un par de gotas de aceite en las manos y trabajo la masa rápido para tener bolitas del mismo tamaño. Ponlas bien separadas en la bandeja, porque se extenderán en el horno y no queremos que se peguen.
Llévalas al horno unos 8 minutos. Retíralas con cuidado con una espátula de la bandeja y ponlas a enfriar en una rejilla hasta que estén completamente frías.

 

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13 comentarios

  1. Pues paciencia amiga mia y acabarás rencontrando sensaciones, y mientras tanto a disfrutar del choclate!

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  2. Ánimo Macu, espero que te recuperes pronto, o sino a cambiar de deporte! Pero creo que eres demasiado luchadora como para rendirte fácilmente!

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  3. GRACIAS, Lucia. Estoy deseando probar el fin de semana a ver como me siento.
    Y me parece que despues de unas cuantas recetas que tengo de cuando el British Bake off me pondre de nuevo con los buenos habitos. Ya te contare. Besazos!

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  4. Hola preciosa,
    Ahora entiendo el cruce de Twitter con mi brother, está claro que el te lee antes que yo ;-), estas galletas son una dulce tentación en la que YO pienso caer, son magníficas¡¡ cuidate mucho y a entrenar a ver si Lucia se anima como corredora junto con mi brother y yo sigo pensando que mi lugar es en la meta, para daros un fuerte abrazo, divina de la muerte con una botella de agua + fruta. Un beso grandeeee

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  5. Pues sea como sea me parece un plan perfecto. Yo desde luego que pienso seguir en cuanto mejore, y solo me faltaba tener un objetivo. Yo que solo corria para hacer ejercicio, y ya me habeis despertado la bestia competitiva. (cierto que es de sueño muy fácil). Animaros los tres que molaria mucho! Un besazo

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  6. Que disfrute de galletas, se ven perfectas
    Bss

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  7. Seguro que estas galletas están buenísimas. En cuanto pueda las hago, seguro que en casa nos encantan y más con tanto chocolate.
    Un beso.
    Hogardiez

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  8. Menuda odisea con tus andaduras deportivas, jeje, espero que te recuperes pronto de la lesión y puedas retomar esos ratitos que tan bien nos hacen. Y qué decir de esas galletas, tienen una pinta impresionante, pero las tendré q dejar para más adelante, justo hoy empiezo la dieta jajaja, que mala es la tentación!

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  9. Me encantaría aguantar 5 minutos corriendo pero no lo consigo! Tu post me ha dado ganas de intentarlo!
    Lo siento mucho por tu lesión y espero que te recuperes pronto.
    Las galettas tienen un pinta estupenda!
    un abrazo

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  10. ¡Ánimo mujer!, yo me rompí el menisco hace dos años...se como te sientes, sentí la misma frustación...la rodilla no se doblaba ni a tiros....¿operar?....bah...de momento no.....y de correr me pasé a la bici...y ahí estoy.....volverás a sentir tu rodilla..tranquila.
    Besos guapa
    Marialuisa

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  11. This looks really delicious. Pinned

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  12. me encantó todo lo que escribiste. voy a probar tu receta y te cuento como fue aquí en Argentina. a mejorarse besos

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